Cuando los hombres eran esclavos y las mujeres no eran personas...cuando amar estaba prohibido.
Mi sacerdote de Anubis:
Tengo la certeza de que mi cuerpo no me pertenece, y comienzo a pensar que mi pensamiento tampoco. Ya no soy capaz de soportar sus manos en mi cuerpo, frías, rudas, cadentes. Ya no basta con imaginar estar lejos de él.
Ayer mismo me descubrí derramando una lágrima, una sola, pero lágrima al fin y al cabo. Temo que mi fortaleza no sea la misma, que tu adorado tacto me haya hecho más blanda. Mi sacerdote de Anubis, te sueño y te extraño, te creo una bendición y al mismo tiempo la peor de las maldiciones. Te has convertido en mi dios y sé, sin embargo, que tú me veneras de igual forma. Me has hecho cuestionar la razón de los hombres, y ahora veo que los que dicen estar más cuerdos son en realidad los más dementes, que los más poderosos son los más crueles y que los puros de corazón son los más desgraciados. Ahora que veo el mundo como realmente es, lejos de los lujos del palacio del faraón, solo quiero escapar. Y ya no soporto su falso amor, ahora que moriría por ti.
Yo, una simple concubina de la falsa deidad a la que sigue ciegamente el pueblo de Egipto, te entrego mi corazón, si es que aun lo conservo mío.
Anck-su-namun.
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