A ella le gustaba tumbarse bajo el sol, y no era pequeña su furia el día que el cielo se nublaba o el viento hacía desaparecer la calidez del astro rey. Se tumbaba en la tierra fresca que ensuciaba su piel delicadamente y arrugaba la hierba húmeda con sus manos. Cerraba los ojos durante un momento y respiraba profundamente, dejando que el aire primaveral inundara sus pulmones...Pero los abría rápidamente. Tenía miedo, miedo de que el recuerdo del azul del cielo se borrara de sus ojos y estos se volvieran grises, miedo de que el sol dejara de brillar y sus cabellos áureos se tornaran del color de la avellana...Por eso hundía los dedos en el fango, porque tenía la esperanza de retrasar la llegada del invierno, que congelaba todo a su paso.
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