domingo, 21 de abril de 2013

Ermitaño

Los ojos son el espejo del alma, pero los tuyos son negros como el carbón, opacos.
De fruncir tanto el ceño se te ha quedado una expresión amargada. Miras con recelo y sin sentimiento a todo aquel que pasa por tu lado, desprendiendo escarcha por tus poros, alejando al que se atrevió a acercarse. Pareces un espectro, casi te mueves etéreo, con la cabeza alta a pesar de no tener nada por lo que sentirte orgulloso. Tu voz es oscura, es aullido en la noche, tu voz es atrayente miel amarga, placer que daña.
Eres un revoltijo de telas y colores apagados donde el blanco níveo de tu piel resalta tristemente. ¿Quién te robó el corazón? ¿Quién te destrozó el alma? Nunca lo sabré, pues tus finos labios, capaces de herir sin puñal, temen como el cordero teme al lobo pronunciar su nombre.
La vida ya no es lugar para ti, eres casi un ermitaño (me extraña que no lo seas ya por completo), pero en el fondo odias que nadie te alcance, que todos huyan despavoridos, que se den por vencidos tan pronto. Te mueres por calor humano, tu lengua viperina ansía entrelazarse con otra, tu manos necesitan aprender de nuevo a tocar . . .

Yo te he observado desde la lejanía (tal y como tú lo haces), y he podido ver a través de esa máscara de hierro que es tu piel.
He visto además que me miras, deja que yo te mire a ti.

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